El conocido autor del Decameron, Giovanni Boccaccio, fue un poeta, erudito y
diplomático cuyo trabajo ayudó a
elevar la literatura en la lengua vernácula de la respetabilidad de los textos clásicos.
Boccaccio es conocido
por el Decameron, en el que diez
personas que huyen de la plaga en el campo,
cuentan historias, y se cree que han influido en los Cuentos de Canterbury de Chaucer. Ambas obras son hoy consideradas por algunos como la fundación de la literatura humanista.
Creemos que Boccaccio pudo haber tenido una visión bastante iluminado de las mujeres para un hombre de su tiempo. Siete de los diez narradores en el Decamerón son mujeres, y aunque algunos no están retratados en una luz favorecedora, algunas historias contadas muestran que las mujeres inteligentes logrando victorias sobre los hombres obtusos. Inspirado en Vidas de Hombres Ilustres de Petrarca.
Creemos que Boccaccio pudo haber tenido una visión bastante iluminado de las mujeres para un hombre de su tiempo. Siete de los diez narradores en el Decamerón son mujeres, y aunque algunos no están retratados en una luz favorecedora, algunas historias contadas muestran que las mujeres inteligentes logrando victorias sobre los hombres obtusos. Inspirado en Vidas de Hombres Ilustres de Petrarca.
Pero no solo su obra es un preludio de una literatura
pro femenina, sino que se definió a sí mismo ante todo como poeta, como
estudioso de las lenguas, como pensador, y sólo en última instancia como
narrador: la ficción le importaba menos que la filosofía y la historia, y la
consideraba como vehículo para la filosofía y la historia.
Fue un precursor iluminado de la gran literatura
renacentista, y pudo escribir tanto en el latín de su amado Cicerón como en la
nueva lengua toscana que compartió con Dante y Petrarca. Este último fue su
maestro y lo incitó a conocer los clásicos paganos, pero Dante fue su ídolo.
Como crítico literario, Boccaccio fue uno de los primeros y más astutos
lectores de Dante, y el autor de su primera importante biografía, estableciendo
el método de lectura de la Comedia (a la cual dio el epíteto de
“divina”) empleado aún hoy por los especialistas dantescos, que consiste en
analizar el poema canto por canto y verso por verso (antes de su muerte en 1375
sólo llegó a comentar los diecisiete primeros cantos del Infierno). Como
lingüista, Boccaccio se convirtió en uno de los más ardientes defensores de la
lengua y la literatura griegas en Italia, ufanándose de haber rescatado a
Homero para sus contemporáneos. Como narrador, compuso una de las primeras
novelas psicológicas, la epistolar Elegía de Madonna Fiametta y también,
sobre todo, una de las más entretenidas colecciones de cuentos de todos los tiempos,
El Decamerón.
Los herederos de Boccaccio son numerosos y a veces
inesperados. En Inglaterra, Chaucer compuso los Cuentos de Canterbury
inspirado en su lectura de El Decamerón, y Shakespeare conoció su Filostrato
antes de escribir Troilo y Crésida. Sus Poemas pastorales
ayudaron a popularizar en Italia el género que luego retomaron Garcilaso y
Góngora en España y su humor, inteligencia y desenfado pueden sentirse en
autores tan diversos como Rabelais y Bertold Brecht, Mark Twain y Karel Capek,
Gómez de la Serna e Italo Calvino.
Es
sorprendente que solo ‘El Decamerón’ haya sobrevivido al descuido y a la pereza
de los lectores y si hoy, ocho siglos después de su nacimiento, decimos que
Boccaccio es un clásico, es a esa prodigiosa colección de narraciones que el
autor debe su fama. El resto de sus notables escritos —desde su revolucionario
compendio prefeminista, Acerca de mujeres famosas, hasta su monumental Genealogía
de los dioses paganos— han sido mayormente olvidados. Su obra más
célebre, El Decamerón, es recordada menos como un gran fresco literario,
inmenso retrato de la apasionada y compleja Italia del siglo XIV, que como una
recopilación de anécdotas más o menos escabrosas, juzgadas obscenas. Para la
mayoría del público, sobre todo para aquellos que no lo han leído, El
Decamerón consiste exclusivamente en bromas soeces, adulterios,
infidelidades y orgías protagonizadas por campesinos priápicos, aldeanas
ninfómanas, nobles insaciables, curas lúbricos y monjas desvergonzadas.
Casi desde su difusión inicial, la censura contribuyó
en no poca medida a la celebridad de Boccaccio. El Decamerón fue
condenado desde el púlpito, incluido en el Index de la Iglesia católica,
tachado de pornografía por las autoridades aduaneras del mundo entero y echado
a la hoguera en sitios tan diversos como el sur de Estados Unidos y la China de
Mao y enviado a la hoguera durante el franquismo.
Por supuesto, a pesar de la constreñida lectura de los
censores, la calidad erótica de El Decamerón es sólo uno de sus matices,
y por cierto no el más importante. Bajo la sombra de la terrible peste que
azotó Florencia en el siglo XIV, los cuentos que comparten los diez jóvenes que
escapan de la ciudad contaminada son una crónica del mundo en el que viven.
Amores, tragedias, embustes, traiciones, amistades fieles, promesas cumplidas e
incumplidas, confabulaciones, crisis de fe, subversiones y momentos de epifanía
componen un mosaico bullicioso y sobrecogedor en el que la peste que enmarca a
los narradores (y a la narración misma) se convierte en una suerte de memento
mori, recordándoles a la vez su propia mortalidad y su inescapable
condición de seres conscientes en un mundo difícil e injusto. Boccaccio
consideraba la Comedia de Dante como la obra literaria más perfecta;
componiendo El Decamerón quiso tal vez responder a esa sublime visión
ultraterrena con la suya, humildemente arraigada en este mundo.
Pocos
asocian a Boccaccio con la noción de humildad: agreguemos a esta la compasión.
En sus diversas obras magistrales, Boccaccio investiga las aventuras y
desventuras de personajes imaginarios e históricos, de héroes y seres comunes,
y también de los dioses, y en todos ellos el lector siente que Boccaccio se
apiada de la condición de todos estos seres.
Boccaccio entiende que en las almas del otro mundo, reconoce
las flaquezas y sufrimientos. Implícita en la alabanza, está la confesión que
Boccaccio también se reconoce en sus hombres y mujeres. En la dedicatoria de Acerca
de mujeres famosas, Boccaccio pide a la Condesa de Altavilla que se atreva
a descubrir en las acciones de ciertas heroínas paganas un ejemplo de su propia
conducta. Es una forma de decir que él, su autor, se sabe reflejado en sus
criaturas hechas de palabras, palabras que han sobrevivido ocho siglos para
servir ahora, en otra época no menos sufrida e injusta que la suya, de
necesario espejo a sus nuevos lectores.
Bien, Maru, espero con ansias una nueva entrada. Te sigo.
ResponderEliminar